lunes, 24 de mayo de 2010

Mitos Urbanos

Frases:

1. Morir no es otra cosa que cambiar de residencia.
Marco Aurelio

2. Vivir en el corazón de los que dejamos detrás de nosotros no es morir.
T. Campbell

3. Morir es tan sencillo y tan aceptable como nacer.
Anatole France

4. ¡Cuántas gentes mueren sin haber sabido aprovecharse de la vida!
Barón de Holbach

5. Quien enseña al hombre a morir, le enseña a vivir.
Montaigne

6. ¿Si no se conoce todavía la vida, como será posible conocer la muerte?
Confucio

7. El mundo es una posada, y la muerte el final del viaje.
Dryden

8. La muerte es cobarde para los que no la huyen y animosa para los que la temen.
Lope de Vega

1. Nuestra vida no es nada, ciertamente, pero es divina.
Amiel

2. La vida es la joya que no se halla si se pierde.
Calderón

3. Dios ha hecho la vida para que sea vivida, y no para que sea conocida.
J. Joubert

4. El secreto de la vida consiste en soportar heroicamente las penas.
Lamartine

5. ¿Qué viene a ser esta vida, sino un breve camino para la muerte?
Lope de Vega

6. No puede definirse la vida sin la muerte.
José Ortega y Gasset

7. La vida no es más que una muerte lenta.
San Agustín

8. Procura no emplear el tesoro de tu vida en odiar y en temer.
Stendhal

Mitos Urbanos


En Memoria De Paulina





Siempre quise a Paulina. En uno de mis primeros recuerdos, Paulina y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de laureles, en un jardín con dos leones de piedra. Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos. Yo comprendí que mi felicidad había empezado, porque en esas preferencias podía identificarme con Paulina. Nos parecimos tan milagrosamente que en un libro sobre la final reunión de las almas en el alma del mundo, mi amiga escribió en el margen: Las nuestras ya se reunieron. "Nuestras" en aquel tiempo, significaba la de ella y la mía.


Para explicarme ese parecido argumenté que yo era un apresurado y remoto borrador de Paulina. Recuerdo que anoté en mi cuaderno: Todo poema es un borrador de la Poesía y en cada cosa hay una prefiguración de Dios. Pensé también: En lo que me parezca a Paulina estoy a salvo. Veía (y aún hoy veo) la identificación con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad.

La vida fue una dulce costumbre que nos llevó a esperar, como algo natural y cierto, nuestro futuro matrimonio. Los padres de Paulina, insensibles al prestigio literario prematuramente alcanzado, y perdido, por mí, prometieron dar el consentimiento cuando me doctorara. Muchas veces nosotros imaginábamos un ordenado porvenir, con tiempo suficiente para trabajar, para viajar y para querernos. Lo imaginábamos con tanta vividez que nos persuadíamos de que ya vivíamos juntos.

Hablar de nuestro casamiento no nos inducía a tratarnos como novios. Toda la infancia la pasamos juntos y seguía habiendo entre nosotros una pudorosa amistad de niños. No me atrevía a encarnar el papel de enamorado y a decirle, en tono solemne: Te quiero. Sin embargo, cómo la quería, Con qué amor atónito y escrupuloso yo miraba su resplandeciente perfección.

A Paulina le agradaba que yo recibiera amigos. Preparaba todo, atendía a los invitados, y, secretamente, jugaba a ser dueña de casa. Confieso que esas reuniones no me alegraban. La que ofrecimos para que Julio Montero conociera a escritores no fue una excepción.

La víspera, Montero me había visitado por primera vez. Esgrimía, en la ocasión, un copioso manuscrito y el despótico derecho que la obra inédita confiere sobre el tiempo del prójimo. Un rato después de la visita yo había olvidado esa cara hirsuta y casi negra. En lo que se refiere al cuento que me leyó –Montero me había encarecido que le dijera con toda sinceridad si el impacto de su amargura resultaba demasiado fuerte–, acaso fuera notable porque revelaba un vago propósito de imitar a escritores positivamente diversos. La idea central procedía del probable sofisma: si una determinada

melodía surge de una relación entre el violín y los movimientos del violinista, de una determinada relación entre movimiento y materia surgía el alma de cada persona. El héroe del cuento fabricaba una máquina para producir almas (una suerte de bastidor, con maderas y piolines). Después el héroe moría. Velaban y enterraban el cadáver; pero él estaba secretamente vivo en el bastidor. Hacia el último párrafo, el bastidor aparecía, junto a un estereoscopio y un trípode con una piedra de galena, en el cuarto donde había muerto una señorita.

Cuando logré apartarlo de los problemas de su argumento, Montero manifestó una extraña ambición por conocer a escritores.

–Vuelva mañana por la tarde–le dije–. Le presentaré a algunos.

Se describió a sí mismo como un salvaje y aceptó la invitación. Quizá movido por el agrado de verlo partir, bajé con él hasta la puerta de calle. Cuando salimos del ascensor, Montero descubrió el jardín que hay en el patio. A veces, en la tenue luz de la tarde, viéndolo a través del portón de vidrio que lo separa del hall, ese diminuto jardín sugiere la misteriosa imagen de un bosque en el fondo de un lago. De noche, proyectores de luz lila y de luz anaranjada lo convierten en un horrible paraíso de caramelo. Montero lo vio de noche.

–Le seré franco–me dijo, resignándose a quitar los ojos del jardín–. De cuanto he visto en la casa esto es lo más interesante.

Al otro día Paulina llegó temprano; a las cinco de la tarde ya tenía todo listo para el recibo. Le mostré una estatuita china, de piedra verde, que yo había comprado esa mañana en un anticuario. Era un caballo salvaje, con las manos en el aire y la crin levantada. El vendedor me aseguró que simbolizaba la pasión.

Paulina puso el caballito en un estante de la biblioteca y exclamó: Es hermoso como la primera pasión de una vida. Cuando le dije que se lo regalaba, impulsivamente me echó los brazos al cuello y me besó.

Tomamos el té en el ante comedor. Le conté que me habían ofrecido una beca para estudiar dos años en Londres. De pronto creímos en un inmediato casamiento, en el viaje, en nuestra vida en Inglaterra (nos parecía tan inmediata como el casamiento). Consideramos pormenores de economía doméstica; las privaciones, casi dulces, a que nos someteríamos; la distribución de horas de estudio, de paseo, de reposo y, tal vez, de trabajo; lo que haría Paulina mientras yo asistiera a los cursos; la ropa y los libros que llevaríamos. Después de un rato de proyectos, admitimos que yo tendría que renunciar a la beca. Faltaba una semana para mis exámenes, pero ya era evidente que los padres de Paulina querían postergar nuestro casamiento.

Empezaron a llegar los invitados. Yo no me sentía feliz. Cuando conversaba con una persona, sólo pensaba en pretextos para dejarla. Proponer un tema que interesara al interlocutor me parecía imposible. Si quería recordar algo, no tenía memoria o la tenía demasiado lejos. Ansioso, fútil, abatido, pasaba de un grupo a otro, deseando que la gente se fuera, que nos quedáramos solos, que llegara el momento, ay, tan breve, de acompañar a Paulina hasta su casa.

Cerca de la ventana, mi novia hablaba con Montero. Cuando la miré, levantó los ojos e inclinó hacia mí su cara perfecta. Sentí que en la ternura de Paulina había un refugio inviolable, en donde estábamos solos. ¡Cómo anhelé decirle que la quería! Tomé la firme resolución de abandonar esa misma noche mi pueril y absurda vergüenza de hablarle de amor. Si ahora pudiera (suspiré) comunicarle mi pensamiento. En su mirada palpitó una generosa, alegre y sorprendida gratitud.

Paulina me preguntó en qué poema un hombre se aleja tanto de una mujer que no la saluda cuando la encuentra en el cielo. Yo sabía que el poema era de Browning y vagamente recordaba los versos. Pasé el resto de la tarde buscándolos en la edición de Oxford. Si no me dejaban con Paulina, buscar algo para ella era preferible a conversar con otras personas, pero estaba singularmente ofuscado y me pregunté si la imposibilidad de encontrar el poema no entrañaba un presagio. Miré hacia la ventana. Luis Alberto Morgan, el pianista, debió de notar mi ansiedad, porque me dijo:

–Paulina está mostrando la casa a Montero.

Me encogí de hombros, oculté apenas el fastidio y simulé interesarme, de nuevo, en el libro de Browning. Oblicuamente vi a Morgan entrando en mi cuarto. Pensé: Va a llamarla. Enseguida reapareció con Paulina y con Montero.

Por fin alguien se fue; después, con despreocupación y lentitud partieron otros. Llegó un momento en que sólo quedamos Paulina, yo y Montero. Entonces, como lo temí, exclamó Paulina:

–Es muy tarde. Me voy.

Montero intervino rápidamente:

–Si me permite, la acompañaré hasta su casa.

–Yo también té acompañaré–respondí.

Le hablé a Paulina, pero miré a Montero. Pretendí que los ojos le comunicaran mi desprecio y mi odio.

Al llegar abajo, advertí que Paulina no tenía el caballito chino. Le dije:

–Has olvidado mi regalo.

Subí al departamento y volví con la estatuita. Los encontré apoyados en el portón de vidrio, mirando el jardín. Tomé del brazo a Paulina y no permití que Montero se le acercara por el otro lado. En la conversación prescindí ostensiblemente de Montero.

No se ofendió. Cuando nos despedimos de Paulina, insistió en acompañarme hasta casa. En el trayecto habló de literatura, probablemente con sinceridad y con fervor. Me dije: Él es el literato; yo soy un hombre cansado, frívolamente preocupado con una mujer. Consideré la incongruencia que había entre su vigor físico y su debilidad literaria. Pensé: una caparazón lo protege; No le llega lo que siente el interlocutor. Miré con odio sus ojos despiertos, su bigote hirsuto, su pescuezo fornido.

Aquella semana casi no vi a Paulina. Estudié mucho. Después del último examen, la llamé por teléfono. Me felicitó con una insistencia que no parecía natural y dijo que al fin de la tarde iría a casa.

Dormí la siesta, me bañé lentamente y esperé a Paulina hojeando un libro sobre los Faustos de Muller y de Lessing.

Al verla, exclamé:

–Estás cambiada.

–Si–respondió–. ¡Cómo nos conocemos! No necesito hablar para que sepas lo que siento.

Nos miramos en los ojos, en un éxtasis de beatitud.

–Gracias–contesté.

Nada me conmovía tanto como la admisión, por parte de Paulina, de la entrañable conformidad de nuestras almas. Confiadamente me abandoné a ese halago. No sé cuándo me pregunté (incrédulamente) si las palabras de Paulina ocultarían otro sentido. Antes de que yo considerara esta posibilidad, Paulina emprendió una confusa explicación. Oí de pronto:

–Esa primera tarde ya estábamos perdidamente enamorados

Me pregunté quiénes estaban enamorados. Paulina continuó.

–Es muy celoso. No se opone a nuestra amistad, pero le juré que, por un tiempo, no te vería.

Yo esperaba, aún, la imposible aclaración que me tranquilizara. No sabía si Paulina hablaba en broma o en serio. No sabía qué expresión había en mi rostro. No sabía lo desgarradora que era mi congoja. Paulina agregó:

–Me voy. Julio está esperándome. No subió para no molestarnos.

–¿Quién?–pregunté.

Enseguida temí–como si nada hubiera ocurrido–que Paulina descubriera que yo era un impostor y que nuestras almas no estaban tan juntas.

Paulina contestó con naturalidad:

–Julio Montero.

La respuesta no podía sorprenderme; sin embargo, en aquella tarde horrible, nada me conmovió tanto como esas dos palabras. Por primera vez me sentí lejos de Paulina. Casi con desprecio le pregunté:

–¿Van a casarse?

No recuerdo qué me contestó. Creo que me invitó a su casamiento.

Después me encontré solo. Todo era absurdo. No había una persona más incompatible con Paulina (y conmigo) que Montero. ¿O me equivocaba? Si Paulina quería a ese hombre, tal vez nunca se había parecido a mí. Una abjuración no me bastó; descubrí que muchas veces yo había entrevisto la espantosa Verdad.

Estaba muy triste, pero no creo que sintiera celos. Me acosté en la cama, boca abajo. Al estirar una mano, encontré el libro que había leído un rato antes. Lo arrojé lejos de mí, con asco.

Salí a caminar. En una esquina miré una calesita. Me parecía imposible seguir viviendo esa tarde.

Durante años la recordé y como prefería los dolorosos momentos de la ruptura (porque los había pasado con Paulina) a la ulterior soledad, los recorría y los examinaba minuciosamente y volvía a vivirlos. En esta angustiada cavilación creía descubrir nuevas interpretaciones para los hechos. Así, por ejemplo, en la voz de Paulina declarándome el nombre de su amado, sorprendí una ternura que, al principio, me emocionó. Pensé que la muchacha me tenía lástima y me conmovió su bondad como antes me conmovía su amor. Luego, recapacitando, deduje que esa ternura no era para mí sino para el nombre pronunciado.

Acepté la beca, y, silenciosamente, me ocupé en los preparativos del viaje. Sin embargo, la noticia trascendió. En la última tarde me visitó Paulina.

Me sentía alejado de ella, pero cuando la vi me enamoré de nuevo. Sin que Paulina lo dijera, comprendí que su aparición era furtiva. La tomé de las manos, trémulo de agradecimiento. Paulina exclamó:

–Siempre te querré. De algún modo, siempre te querré más que a nadie.

Tal vez creyó que había cometido una traición. Sabía que yo no dudaba de su lealtad hacia Montero, pero como disgustada por haber pronunciado palabras que entrañaran–si no para mí, para un testigo imaginario–una intención desleal, agregó rápidamente:

–Es claro, lo que siento por ti no cuenta. Estoy enamorada de Julio.

Todo lo demás, dijo, no tenía importancia. El pasado era una región desierta en que ella había esperado a Montero. De nuestro amor, o amistad, no se acordó.

Después hablamos poco. Yo estaba muy resentido y fingí tener prisa. La acompañé en el ascensor. Al abrir la puerta retumbó, inmediata, la lluvia.

–Buscaré un taxímetro–dije.

Con una súbita emoción en la voz, Paulina me gritó:

–Adiós, querido.

Cruzó, corriendo, la calle y desapareció a lo lejos. Me volví, tristemente. Al levantar los ojos vi a un hombre agazapado en el jardín. El hombre se incorporó y apoyó las manos y la cara contra el portón de vidrio. Era Montero.

Rayos de luz lila y de luz anaranjada se cruzaban sobre un fondo verde, con boscajes oscuros. La cara de Montero, apretada contra el vidrio mojado, parecía blanquecina y deforme.

Pensé en acuarios, en peces en acuarios. Luego, con frívola amargura, me dije que la cara de Montero sugería otros monstruos: los peces deformados por la presión del agua, que habitan el fondo del mar.

Al otro día, a la mañana, me embarqué. Durante el viaje, casi no salí del camarote. Escribí y estudié mucho.

Quería olvidar a Paulina. En mis dos años de Inglaterra evité cuanto pudiera recordármela: desde los encuentros con argentinos hasta los pocos telegramas de Buenos Aires que publicaban los diarios. Es verdad que se me aparecía en el sueño, con una vividez tan persuasiva y tan real, que me pregunté si mi alma no contrarrestaba de noche las privaciones que yo le imponía en la vigilia. Eludí obstinadamente su recuerdo. Hacia el fin del primer año, logré excluirla de mis noches, y, casi, olvidarla.

La tarde que llegué de Europa volví a pensar en Paulina. Con aprehensión me dije que tal vez en casa los recuerdos fueran demasiado vivos. Cuando entré en mi cuarto sentí alguna emoción y me detuve respetuosamente, conmemorando el pasado y los extremos de alegría y de congoja que yo había conocido. Entonces tuve una revelación vergonzosa. No me conmovían secretos monumentos de nuestro amor, repentinamente manifestados en lo más íntimo de la memoria; me conmovía la enfática luz que entraba por la ventana, la luz de Buenos Aires.

A eso de las cuatro fui hasta la esquina y compré un kilo de café. En la panadería, el patrón me reconoció, me saludó con estruendosa cordialidad y me informó que desde hacia mucho tiempo–seis meses por lo menos–yo no lo honraba con mis compras. Después de estas amabilidades le pedí, tímido y resignado, medio kilo de pan. Me preguntó, como.siempre:

–¿,Tostado o blanco'?

Le contesté, como siempre:

–Blanco.

Volví a casa. Era un día claro como un cristal y muy frío.

Mientras preparaba el café pensé en Paulina. Hacia el fin de la tarde solíamos tomar una taza de café negro.

Como en un sueño pasé de un afable y ecuánime in diferencia a la emoción, a la locura, que me produjo la aparición de Paulina. Al verla caí de rodillas, hundí la cara entre sus manos y lloré por primera vez todo el dolor de haberla perdido.

Su llegada ocurrió así: tres golpes resonaron en la puerta; me pregunté quién seria el intruso; pensé que por su culpa se enfriaría el café, abrí, distraídamente.

Luego–ignoro si el tiempo transcurrido fue muy largo o muy breve–Paulina me ordenó que la siguiera. Comprendí que ella estaba corrigiendo, con la persuasión de los hechos, los antiguos errores de nuestra conducta. Me parece (pero además de recaer en los mismos errores, soy infiel a esa tarde) que los corrigió con excesiva determinación. Cuando me pidió que la tomara de la mano ("¡La mano!", me dijo. "¡Ahora!") me abandoné a la dicha. Nos miramos en los ojos y, como dos ríos confluentes, nuestras almas también se unieron. Afuera, sobre el techo, contra las paredes, llovía. Interpreté esa lluvia–que era el mundo entero surgiendo, nuevamente–como una pánica expansión de nuestro amor.

La emoción no me impidió, sin embargo, descubrir que Montero había contaminado la conversación de Paulina. Por momentos, cuando ella hablaba, yo tenía la ingrata impresión de oír a mi rival. Reconocí la característica pesadez de las frases; reconocí las ingenuas y trabajosas tentativas de encontrar el término exacto; reconocí, todavía apuntando vergonzosamente, la inconfundible vulgaridad.

Con un esfuerzo pude sobreponerme. Miré el rostro, la sonrisa, los ojos. Ahí estaba Paulina, intrínseca y perfecta. Ahí no me la habían cambiado.

Entonces, mientras la contemplaba en la mercurial penumbra del espejo, rodeada por el marco de guirnaldas, de coronas y de ángeles negros, me pareció distinta. Fue como si descubriera otra versión de Paulina; como si la viera de un modo nuevo. Di gracias por la separación, que me había interrumpido el hábito de verla, pero que me la devolvía más hermosa.

Paulina dijo:

–Me voy. Julio me espera.

Advertí en su voz una extraña mezcla de menosprecio y de angustia, que me desconcertó. Pensé melancólicamente: Paulina, en otros tiempos, no hubiera traicionado a nadie. Cuando levanté la mirada, se había ido.

Tras un momento de vacilación la llamé. Volví a llamarla, bajé a la entrada, corrí por la calle. No la encontré. De vuelta, sentí frío. Me dije: "Ha refrescado. Fue un simple chaparrón". La calle estaba seca.

Cuando llegué a casa vi que eran las nueve. No tenía ganas de salir a comer; la posibilidad de encontrarme con algún conocido, me acobardaba. Preparé un poco de café. Tomé dos o tres tazas y mordí la punta de un pan.

No sabía siquiera cuándo volveríamos a vernos. Quería hablar con Paulina. Quería pedirle que me aclarara... De pronto, mi ingratitud me asustó. El destino me deparaba toda la dicha y yo no estaba contento. Esa tarde era la culminación de nuestras vidas. Paulina lo había comprendido así. Yo mismo lo había comprendido. Por eso casi no hablamos. (Hablar, hacer preguntas hubiera sido, en cierto modo, diferenciarnos.)

Me parecía imposible tener que esperar hasta el día siguiente para ver a Paulina. Con premioso alivio determiné que iría esa misma noche a casa de Montero. Desistí muy pronto; sin hablar antes con Paulina, no podía visitarlos. Resolví buscar a un amigo–Luis Alberto Morgan me pareció el más indicado–y pedirle que me contara cuanto supiera de la vida de Paulina durante mi ausencia.

Luego pensé que lo mejor era acostarme y dormir. Descansado, vería todo con más comprensión. Por otra parte, no estaba dispuesto a que me hablaran frívolamente de Paulina. Al entrar en la cama tuve la impresión de entrar en un cepo (recordé, tal vez, noches de insomnio, en que uno se queda en la cama para no reconocer que está desvelado). Apagué la luz.

No cavilaría más sobre la conducta de Paulina. Sabía demasiado poco para comprender la situación. Ya que no podía hacer un vacío en la mente y dejar de pensar, me refugiaría en el recuerdo de esa tarde.

Seguiría queriendo el rostro de Paulina aun si encontraba en sus actos algo extraño y hostil que me alejaba de ella. E1 rostro era el de siempre, el puro y maravilloso que me había querido antes de la abominable aparición de Montero. Me dije: Hay una fidelidad en las caras, que las almas quizá no comparten.

¿O todo era un engaño? ¿Yo estaba enamorado de una ciega proyección de mis preferencias y repulsiones? ¿Nunca había conocido a Paulina?

Elegí una imagen de esa tarde–Paulina ante la oscura y tersa profundidad del espejo–y procuré evocarla. Cuando la entreví, tuve una revelación instantánea: dudaba porque me olvidaba de Paulina. Quise consagrarme a la contemplación de su imagen. La fantasía y la memoria son facultades caprichosas: evocaba el pelo despeinado, un pliegue del vestido, la vaga penumbra circundante, pero mi amada se desvanecía.

Muchas imágenes, animadas de inevitable energía, pasaban ante mis ojos cerrados. De pronto hice un descubrimiento. Como en el borde oscuro de un abismo, en un ángulo del espejo, a la derecha de Paulina, apareció el caballito de piedra verde.

La visión, cuando se produjo, no me extrañó; sólo después de unos minutos recordé que la estatuita no estaba en casa. Yo se la había regalado a Paulina hacía dos años.

Me dije que se trataba de una superposición de recuerdos anacrónicos (el más antiguo, del caballito; el más reciente, de Paulina). La cuestión quedaba dilucidada, yo estaba tranquilo y debía dormirme. Formulé entonces una reflexión vergonzosa y, a la luz de lo que averiguaría después, patética. "Si no me duermo pronto", pensé, "mañana estaré demacrado y no le gustaré a Paulina".

Al rato advertí que mi recuerdo de la estatuita en el espejo del dormitorio no era justificable. Nunca la puse en el dormitorio. En casa, la vi únicamente en el otro cuarto (en el estante o en manos de Paulina o en las mías).

Aterrado, quise mirar de nuevo esos recuerdos. E1 espejo reapareció, rodeado de ángeles y de guirnaldas de madera, con Paulina en el centro y el caballito a la derecha. Yo no estaba seguro de que reflejara la habitación. Tal vez la reflejaba, pero de un modo vago y sumario. En cambio el caballito se encabritaba nítidamente en el estante de la biblioteca. La biblioteca abarcaba todo el fondo y en la oscuridad lateral rondaba un nuevo personaje, que no reconocí en el primer momento. Luego, con escaso interés, noté que ese personaje era yo.

Vi el rostro de Paulina, lo vi entero (no por partes), como proyectado hasta mí por la extrema intensidad de su hermosura y de su tristeza. Desperté llorando.

No sé desde cuándo dormía. Sé que el sueño no fue inventivo. Continuó, insensiblemente, mis imaginaciones y reprodujo con fidelidad las escenas de la tarde.

Miré el reloj. Eran las cinco. Me levantaría temprano y, aun a riesgo de enojar a Paulina, iría a su casa. Esta resolución no mitigó mi angustia.

Me levanté a las siete y media, tomé un largo baño y me vestí despacio.

Ignoraba dónde vivía Paulina. El portero me prestó la guía de teléfonos y la Guía Verde. Ninguna registraba la dirección de Montero. Busqué el nombre de Paulina; tampoco figuraba. Comprobé, asimismo, que en la antigua casa de Montero vivía otra persona. Pensé preguntar la dirección a los padres de Paulina.

No los veía desde hacía mucho tiempo (cuando me enteré del amor de Paulina por Montero, interrumpí el trato con ellos). Ahora, para disculparme, tendría que historiar mis penas. Me faltó el ánimo.

Decidí hablar con Luis Alberto Morgan. Antes de las once no podía presentarme en su casa. Vagué por las calles, sin ver nada, o atendiendo con momentánea aplicación a la forma de una moldura en una pared o al sentido de una palabra oída al azar. Recuerdo que en la plaza Independencia una mujer, con los zapatos en una mano y un libro en la otra, se paseaba descalza por el pasto húmedo.

Morgan me recibió en la cama, abocado a un enorme tazón, que sostenía con ambas manos. Entre vi un líquido blancuzco y, flotando, algún pedazo de pan.

–¿Dónde vive Montero?–le pregunté.

Ya había tomado toda la leche. Ahora sacaba del fondo de la taza los pedazos de pan.

–Montero está preso–contestó.

No pude ocultar mi asombro. Morgan continuó:

–¿Cómo? ¿Lo ignoras?

lmaginó, sin duda, que yo ignoraba solamente ese detalle, pero, por gusto de hablar, refirió todo lo ocurrido. Creí perder el conocimiento: caer en un repentino precipicio; ahí también llegaba la voz ceremoniosa, implacable y nítida, que relataba hechos incomprensibles con la monstruosa y persuasiva convicción de que eran familiares.

Morgan me comunicó lo siguiente: Sospechando que Paulina me visitaría, Montero se ocultó en el jardín de casa. La vio salir, la siguió; la interpeló en la calle. Cuando se juntaron curiosos, la subió a un automóvil de alquiler. Anduvieron toda la noche por la Costanera y por los lagos y, a la madrugada, en un hotel del Tigre, la mató de un balazo. Esto no había ocurrido la noche anterior a esa mañana; había ocurrido la noche anterior a mi viaje a Europa; había ocurrido hacía dos años.

En los momentos más terribles de la vida solemos caer en una suerte de irresponsabilidad protectora y en vez de pensar en lo que nos ocurre dirigimos la atención a trivialidades. En ese momento yo le pregunté a Morgan:

–¿Te acuerdas de la última reunión, en casa, antes de mi viaje?

Morgan se acordaba. Continué:

–Cuándo notaste que yo estaba preocupado y fuiste a mi dormitorio a buscar a Paulina, ¿qué hacía Montero?

–Nada–contestó Morgan, con cierta vivacidad–. Nada. Sin embargo, ahora lo recuerdo: se miraba en el espejo.

Volvía a casa. Me crucé, en la entrada, con el portero. Afectando indiferencia, le pregunté:

–¿Sabe que murió la señorita Paulina?

–¿Cómo no voy a saberlo?–respondió–. Todos los diarios hablaron del asesinato y yo acabé declarando en la policía.

El hombre me miró inquisitivamente.

–¿Le ocurre algo?–dijo, acercándose mucho–. ¿Quiere que lo acompañe?

Le di las gracias y me escapé hacia arriba. Tengo un vago recuerdo de haber forcejeado con una llave; de haber recogido unas cartas, del otro lado de la puerta; de estar con los ojos cerrados, tendido boca abajo, en la cama.

Después me encontré frente al espejo, pensando: "Lo cierto es que Paulina me visitó anoche. Murió sabiendo que el matrimonio con Montero había sido una equivocación– una equivocación atroz–y que nosotros éramos la verdad. Volvió desde la muerte, para completar su destino, nuestro destino". Recordé una frase que Paulina escribió, hace años, en un libro: Nuestras almas ya se reunieron. Seguí pensando: "Anoche, por fin. En el momento en que la tomé de la mano". Luego me dije: "Soy indigno de ella: he dudado, he sentido celos. Para quererme vino desde la muerte".

Paulina me había perdonado. Nunca nos habíamos querido tanto. Nunca estuvimos tan cerca.

Yo me debatía en esta embriaguez de amor, victoriosa y triste cuando me pregunté–mejor dicho, cuando mi cerebro, llevado por el simple hábito de proponer alternativas, sé preguntó–si no habría otra explicación para la visita de anoche. Entonces, como una fulminación, me alcanzó la verdad.

Quisiera descubrir ahora que me equivoco de nuevo. Por desgracia, como siempre ocurre cuando surge la verdad, mi horrible explicación aclara los hechos que parecían misteriosos. Estos, por su parte, la confirman.

Nuestro pobre amor no arrancó de la tumba a Paulina. No hubo fantasma de Paulina. Yo abracé un monstruoso fantasma de los celos de mi rival.

La clave de lo ocurrido está oculta en la visita que me hizo Paulina en la víspera de mi viaje. Montero la siguió y la esperó en el jardín. La riñó toda la noche y, porque no creyó en sus explicaciones–¿cómo ese hombre entendería la pureza de Paulina?–la mató a la madrugada.

Lo imaginé en su cárcel, cavilando sobre esa visita, representándosela con la cruel obstinación de los celos.

La imagen que entró en casa, lo que después ocurrió allí, fue un a proyección de la horrenda fantasía de Montero. No lo descubrí entonces, porque estaba tan conmovido y tan feliz, que sólo tenía voluntad para obedecer a Paulina. Sin embargo, los indicios no faltaron. Por ejemplo, la lluvia. Durante la visita de la verdadera Paulina–en la víspera de mi viaje–no oí la lluvia. Montero, que estaba en el jardín, la sintió directamente sobre su cuerpo. Al imaginarnos, creyó que la habíamos oído. Por eso anoche oí llover. Después me encontré con que la calle estaba seca.

Otro indicio es la estatuita. Un solo día la tuve en casa: el día del recibo. Para Montero quedó como un símbolo del lugar. Por eso apareció anoche.

No me reconocí en el espejo, por que Montero no me imaginó claramente. Tampoco imaginó con precisión el dormitorio. Ni siquiera conoció Paulina. La imagen proyectada por Montero se condujo de un modo que no es propio de Paulina. Además, hablaba como él.

Urdir esta fantasía es el tormento de Montero. El mío es más real. Es la convicción de que Paulina no volvió porque estuviera desengañada de su amor. Es la convicción de que nunca fui su amor. Es la convicción de que Montero no ignoraba aspectos de su vida que sólo he conocido indirectamente. Es la convicción de que al tomarla de la mano–en el supuesto momento de la reunión de nuestras almas–obedecí a un ruego de Paulina que ella nunca me dirigió y que mi rival oyó muchas veces.

Mitos Urbanos

TEDOS.

Concepto: La Vida Frente A La Muerte.

Nombre: Tumbas, Edificios De Ocupantes Silenciosos (TEDOS-TE2-T2).

Lectura: En Memoria De Paulina (referente)

tematica referente: vecindades

Vecindad.

Cualidad de vecino. 2. Conjunto de las personas que viven en las distintas viviendas de una misma casa, o en varias inmediatas las unas de las otras. 3. Conjunto de personas que viven en una población o en parte de ella. 4. Contorno o cercanías de un lugar. media ~. f. Derecho que en algunas partes, mediante pago de la mitad de las contribuciones, adquiere el forastero para aprovechar con sus ganados los pastos del pueblo. hacer mala ~. fr. Ser molesto o perjudicial a los vecinos. 2. Dicho de una cosa: Ser dañosa a otra por la inmediación a ella. □ V. carta de ~, casa de ~, cédula de ~, chisme de ~, corral de ~.

  • antiguas casonas convertidas en condominios multidimensionales de vivienda popular


Referentes gráficos:











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GRUPO TRPEL

JAIRO TALERO
JUAN DIEGO CANO
MIGUEL ARANGO




martes, 11 de mayo de 2010

mitos urbanos



Juan David Correa A.

Diego Armando Villamizar

Lorena Garcia

Stephany Pinto

Luisa Giraldo



¿Qué son los mitos urbanos?

A lo mejor sucedió realmente, o puede llegar a ocurrir, pero nadie parece haber sido testigo directo del suceso. El mito urbano sucede en una dimensión paralela, un plano idéntico al nuestro pero en el que se hace verosímil lo improbable. A veces, el mito urbano es un deseo colectivo, una esperanza, otras veces un temor... una premonición. Otras veces, una explicación improvisada o una lección moralizante que se deja leer entre líneas.

Es muy difícil, la mayoría de las veces, rastrear los orígenes de estas historias que circulan con status de leyendas. Estas aparecen y se repiten no solo en la tradición oral sino también en los medios de comunicación. Es probable que algunas de estos relatos sean elaborados intencionalmente con algún objetivo en particular como por ejemplo, desacreditar a alguien u obtener beneficios comerciales. Otras veces, puede surgir de algún relato que se deforma a partir del original o simplemente de una ficción deliberada que al transmitirse adquiere el valor de una historia ‘real.

Ahora bien, la pregunta es por qué una leyenda urbana, que de por sí contiene elementos claramente irracionales, se transforma en un relato creíble. En efecto, muchos de estos relatos, si bien no son abiertamente fantásticos, son, al menos sorprendentes por improbables. Pareciera como que tras un efecto de saturación informativa a través de las fuentes tradicionales, se abre un espacio informal en el que el relato de un testigo anónimo, con el que no tendríamos otro vínculo que el anonimato, sea aceptado a través del "beneficio de la duda". Lo extraño no por improbable es necesariamente imposible, y así se define la puerta de entrada por la cual ingresa el relato mitológico contemporáneo.

De esta manera, una leyenda urbana cumple la función de darle al sujeto la posibilidad de expresar una opinión personal, un temor o acaso una sospecha. Tal vez encuentre un atajo para una explicación demasiado compleja, excesivamente elaborada. El mito es una expresión tan antigua como la cultura y su estructura resiste en nuestras mentes así como nuestros miedos y anhelos y no deja de expresarse con formatos nuevos, adaptados al tiempo que nos tocó vivir.


Leyendas urbanas sobre el Sida

Estas leyendas, suelen tener un sentido moralizante de diferente tenor. En algunos casos, muestran una variante que confiesa temores al contagio o incluso, la discriminación, que hace del enfermo de sida un ser que desea transmitir su enfermedad a los sanos.

Uno de estos relatos, habla de una chica que viaja a los Estados Unidos por un intercambio cultural. Allí convive con una nueva familia que tiene dos hijos varones. La chica mantiene relaciones con uno de ellos sin utilizar preservativos. Aparentemente todo marcha en orden. Pero cuando finaliza su período de intercambio en el aeropuerto, su chico le entrega una caja de regalo, diciéndole que se trata de una sorpresa para que la abra solo cuando el avión hubiese levantado vuelo.

Luego de las despedidas la chica sube al avión y ya en su asiento, abre el paquete y encuentra dentro de él una rosa negra, con una tarjeta que dice "Bienvenida al Club del SIDA". En este relato, el sentido moralizante "no tener sexo sin protección" resulta obvio, pero subyace además, la maldad del infectado que aún a sabiendas niega su condición. En el mismo tono, los relatos de las agujas hipodérmicas infectadas puestas por sidosos en las ranuras para las monedas de los teléfonos públicos o de los enfermosos que subieron violentos al colectivo o la subterráneo agrediendo a los pasajeros con agujas infectadas del virus.


Leyendas urbanas sobre personalidades del espectáculo

Cultos post-mortem

Cada día canta mejor (Carlos Gardel)

Gran parte del año pero especialmente los días 24 de Junio y el 2 de Noviembre el mausoleo de Carlos Gardel en el cementerio de la Chacarita de Buenos Aires, esta cubierto de flores, especialmente claveles.

El 24 de Junio de 1935 el avión en el que viajaba, estrelló en Medellín, Colombia, en condiciones confusas que no han podido ser explicadas convincentemente hasta la fecha. Hay quienes sostienen que al despegar, hubo un conflicto entre los miembros de su compañía que terminó a los tiros y fue la causa de que el avión se accidentase. Otros opinan que el motivo fue la competencia entre las compañías aéreas por explotar las recién nacidas rutas comerciales. Se dice, en esta versión, que el avión en que viajaba Gardel, al despegar fue embestido por otro avión de una compañía rival.

El culto popular consiste se traduce en los siguientes ritos: colocar un clavel que en la solapa izquierda de su estatua de su tumba y un cigarrillo encendido en actitud fumar, también en su mano izquierda.

Accidentes fatales y cultos populares

De características similares, también en Buenos Aires, se rinde culto a personajes de la música popular que fallecieran también de forma sorpresiva y en la plenitud del éxito. Tales son los casos de la Gilda una cantante de música tropical y Rodrigo, un músico cordobés que popularizó en Buenos Aires el cuarteto. Ambos murieron en accidentes viales y muchos fans les rinden culto en los lugares en donde perdieron la vida. Sin embargo, en estos casos, la acción mediática a contribuido notablemente a construir estos cultos populares ya que son explotados comercialmente.



Leyendas Urbanas, como se narra la ciudad. Historias de fantasmas ¿realidad o virtualidad? En el Museo Cementerio San Pedro se cuentan historias de fantasmas que rodean las tumbas, los mausoleos, las estatuas. Contar historias de fantasmas, apariciones inciertas, fenómenos paranormales se convirtió en un rito en la ciudad.

Una de las leyendas urbanas más viejas de nuestros tiempos gira en torno a la vida y la muerte. Nadie puede determinar qué hay después de la muerte. ¿Será posible que exista un lazo entre lo terrenal y lo virtual?
¿Será posible que se pueda regresar de la muerte? Por estos días ha levantado una controversia al respecto, una niña que aparece en horas de la noche en un barrio de Cúcuta, lo que generó expectativa en todo el país.
Pero, ¿será posible que existan los espantos? Los paisas, por lo general, son cuenteros y fantasiosos, las montañas antioqueñas están rodeadas de historias, mitos y leyendas que contaban los abuelos de generación en generación. Hoy nacen nuevas historias, acontecimientos sin una explicación, eventos paranormales que crean preguntas sin respuesta.

El caso del Perro


Cuenta Álvaro Pérez, empleado del Cementerio Museo San Pedro, que una noche se encontraba celando, en ese entonces lo acompañaba un perro negro que se paseaba con él y su compañero de turno, vigilando que en las instalaciones del cementerio todo estuviera en orden.
Cierto Día, salió con el perro a hacer su ronda habitual, de pronto el animal se quedó perplejo mirando y ladrando hacia una de las estatuas, más conocidas como el ángel de la guarda, en ese momento iluminaron hacia el lugar y no había nadie, sin embargo el perro continuaba ladrándole , en ese caso, al ángel.
"Yo estaba un poco sorprendido por la reacción del perro, pero no veía a nadie, hasta que en un instante, el perro chilló, como si le hubieran pegado con algo y salió deprisa hacia la puerta del cementerio muy asustado, desde ese momento el perrito no se volvió a ir con nosotros a hacer las rondas y al día siguiente al abrir las puertas, salió corriendo muy rápidamente y nunca más volvimos a verlo." Comenta Álvaro Pérez.
En el Museo Cementerio San Pedro se cuentan historias de fantasmas que rodean las tumbas, los mausoleos, las estatuas.

El fantasma del SENA


Según varias estudiantes del Sena de Caldas, que se internan por una semana al mes, en las horas de la noche se escuchan sonar los candados de los lockers, cuando se asoman al pasillo lo ven totalmente vacío.
En otras ocasiones han visto una figura de una mujer que se dirige al baño. Según lo narrado por una de ellas, es el alma de una joven que estudiaba allí y que terminó suicidándose.
La historia no termina ahí, en cierta ocasión una joven que no creía la versión de sus compañeras sobre el fantasma que sale en las horas de la noche del pasillo hacia el baño de mujeres, comenzó a sentir ruidos al levantarse a mirar no encontró a nadie, minutos más tarde y después de sentir pasos y ruidos extraños, sintió una voz que desafiante le dijo: ¡míreme pues!
La historia ha causado tanto terror entre las estudiantes, que decidieron juntar sus camarotes para sentirse más acompañadas y desviar el miedo.

La casa del hombre de negro


En una vivienda del barrio Altos de Misael, en el municipio de Envigado, vive una familia que a pesar del miedo ha aprendido a convivir con la presencia de un fantasma que sale en las horas de la noche a recorrer la casa.
Luís Fernando, quién vive en compañía de su madre y un hermano, comenta que el fantasma es un hombre alto, usa un traje negro y sombrero, que sale de las escalas de su casa y cuando se pone frente a alguno de los miembros de la familia los mira fijamente, causándoles un frío por todo el cuerpo e inmovilidad total.
Cierto día se me apareció y se paró junto a mi cama, nunca le vi el rostro por que el ala del sombrero se lo tapa. Pero sé que el hombre sale, hace un recorrido corto y termina mirándolo a uno fijamente, comenta Luís Fernando.
Agregó que cierto día dejaron un vecino cuidando la casa, al regresar les contó que nunca volvería, pues cuando estaba viendo televisión alguien se le sentó al lado, asegurando que la aparición salió de la nada y se ubicó junto a él dejándolo paralizado hasta que se puso de pie y desapareció.
Las apariciones de este fantasma son historia entre los miembros de esta familia y algunos habitantes del sector. La madre de Luís Fernando asegura que ya se acostumbró al fantasma, que le perdió el miedo por eso las apariciones en su habitación son menos frecuentes.
Este tipo de historias causan miedo en algunas personas y en otras genera incredulidad. La realidad de la existencia de los fantasmas o de los sucesos paranormales queda en el criterio de cada quien, pues no hay una ciencia que determine si existen o no los fantasmas o los espíritus en pena.

Desde una visión antropológica


De acuerdo con la antropología este tipo de eventualidades tiene dos posibilidades, por un lado el uso colectivo que la gente le imprime a los fenómenos sociológicos arraigados al aparato cultural.
Por otra parte, están las cosas, como la magia, la brujería, los espíritus, son fenómenos que según el antropólogo Hernán Darío Gil, posiblemente existen pero no se entienden. Es una misma matriz con diferente forma, es decir, las personas le dan la posibilidad de mostrar una forma y desde su cultura le agrandan condiciones.
Añadió que desde la parte religiosa este tipo de situaciones se manejan desde la fe, pues en religión se tiene en cuenta lo que Platón denominó como alma-cuerpo-espíritu.


domingo, 2 de mayo de 2010

MOMENTOS DE MARCA JGB

Se crearán diferentes espacios, dirigidos a los momento de atracción, compromiso, conclusión y extensión con el fin de poder llegar a los diversos públicos (niños, barrios y universidades) que tiene la marca JGB, las piezas de cada momento estan en proceso de diseño y revisión

Niños
Momento dirigido a un público de niños, a través de la gama de productos de la línea de cuidado oral JGB niños
Se busca que de maneras dinámicas e interactivas, el niño no solo aprenda la importancia del cuidado oral, si no que también, reconozca los productos de JGB y desee usarlos

Barrios
Momento dirigido a un público de amas de casa, enfocándolo en la utilización de productos de la línea farmacéutica, en donde se contará con el apoyo de droguerías y farmacias de la ciudad

Universidades
Momento dirigido a un público de adultos jóvenes, se debe realizar en universidades con campus abiertos. La idea es conformar “El equipo JGB”, un grupo de personas de la misma edad del público al que se dirige la campaña, personas saludables y energéticas, que darán y hablarán de 3 productos puntuales: Multivitamínicos, Productos naturales, y cuidado personal

MOMENTO 1

Niños
Se visitarán diversos colegios en la ciudad de Medellín, en donde se llevará a cabo un juego interactivo básico, allí cada niño tendrá que buscar unas muelas que habrán sido escondidas previamente. Estas muelas se unen en un stand “susanita” y formaran una frase informativa.

El Dr. Garcés, estará allí acompañándoles y dándoles la información.
Al final, a cada niño se le dará una placa que es a su vez un empaque con crema dental JGB niños.

Barrios:
Se creará un bus en la ciudad, anunciando los eventos de JGB, con aplicación gráfica, y con una pequeña animación en las pantallas que se encuentran en el interior del bus

Se hará también un bus publicitando la llave del cuidado JGB

En las farmacias y droguerías se ubicará un stand de productos, que contará ademas con el legitimador, el Dr. Garcés. Allí, por la compra de los productos, el vendedor hará entrega de la llave y el flyer informativo

Universidades:
En las visitas a los diversos campus universitarios, con el Equipo JGB, cada equipo llevará una vestimenta especial de acuerdo al producto ofrecido, el equipo multivitaminico, dará muestras de Tarrito Rojo, el equipo natural dará pastilleros, y el equipo personal dara condones mystic. Además todos los equipos darán flyers informativos

MOMENTO 2

Niños:
Se creará un Bus del Cuidado JGB, el cual estará visitando diversos lugares de la ciudad de Medellín, la mitad del bus, esta dirigido al público de los niños, en donde se tendrá in videojuego acerca del cuidado oral

Con la placa dada en Momento 1, se hará entrega de un kit que contiene: cepillo de dientes, crema dental, seda dental y vaso, todos productos de JGB, además irán dentro de un empaque en forma de muela

Para aquellos niños que no tienen placa, se les dará un kit que contiene: cepillo dental, crema dental, vas, todos productos de JGB, además una placa que servirá para momento 3

Barrios:
Se creará un Bus del Cuidado JGB, el cual estará visitando diversos lugares de la ciudad de Medellín, la mitad del bus, esta dirigido al público de los barrios, con un convenio con un SPA, dirigido a ambos sexos

Se les dará un producto SPA + producto JGB + flyer de momento 3

Y dentro de este, se hará recolección de datos

Universidades:
Se creará un diseño de góndola para la atracción de los 3 productos. Y se venderán kits que contengan los 3 productos

MOMENTO 3

Niños:
En los puntos de venta de las grandes superficies, se hará un diseño especial en las góndolas.
Allí, por la compra de 2 productos de cuidado oral JGB niños, en el momento del pago se reclama una muela, con la que deberá volver a la góndola en introducirla en “Susanita”, tendrá 2 oportunidades, si la muela encaja se le dará como premio unos dientes de cuerda

Barrios:
En los puntos de venta de las grandes superficies, se hará un diseño especial en las góndolas de manera interactiva con el Dr. Garcés y la llave, dándoles un consejo y un producto para la solución del consejo seleccionado

Después de 2 meses, se enviará un kit a los usuarios registrados en momento 2

Universidades:
Por la compra del kit de momento 2, se les obsequiará una toalla y un termo JGB

lunes, 26 de abril de 2010

Necesitamos subir los proyectos que se adelantan en taller, conocer que de la investigación que se ha hecho se pone en movimiento con sus objetivos, sus evaluaciones constantes y su desarrollo!